Gabriel Meza
Doña María ya no tiene
lágrimas para su hijo. Ha llorado tanto en la última década añorando su regreso
que se quedó sin ellas. La esperanza, en ocasiones, se convierte en el peor
enemigo. Nada le gustaría más que volver a sentir un fuerte abrazo de Erick, aquel
joven de 20 años, forjado en adulto en los Centros de Readaptación Social
(CERESO) de la entidad.
El olor a carne asada se
mezcla con la melancolía de esta mujer. Su retoño tomó algunas decisiones
equivocadas durante su juventud: asalto a mano armada a un banco y la muerte
accidental de una persona al colisionar su vehículo. El 19 de diciembre del
2000 fue cuando la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) emitió la
orden de aprehensión, iniciando el viacrucis de una madre.
A ella no le importa su
culpabilidad. Ya cumplió y deben liberarlo. Lleva 11 años encarcelado, desea
verlo una vez más, antes de que la vida se le acabe. Su edad es avanzada. Ya no
tiene familia cerca. Su única preocupación para continuar en La Paz es Erick.
Los otros hijos se han ido, sólo doña María y su esposo se han quedado.
Prefieren esperar. Hace nueve meses debió salir pero aún no se ha firmado
la orden, a pesar de la existencia de un resolutivo federal.
El anhelo se extendió por un
periodo más. Teme que se alargue más de lo necesario. Trata de encontrar
paciencia en la Virgen de Guadalupe. La vieja taquería donde ha trabajado por
30 años es donde Erick creció y no entiende cómo terminó donde está. “Ya pagó
su culpa, acá hace más falta, el es trabajador, no va a volver a suceder, ya
sería mucho, sería el colmo”, me dijo.
El joven, después de haber
escapado del CERESO de La Paz, fue capturado y enviado al Centro Federal de
Readaptación Social (CEFERESO) número 2, Puente Grande. Hasta allá peregrinó
con cinco de sus nietos para verlo, tan sólo por unos minutos. El vendaval de
emociones floreció en sus ojos tras evocar esa imagen. Un nudo en la garganta
detuvo su charla. Luego apuntó hacia una pintura sobre una pared:
“Ese cuadro me lo hizo en
Puente Grande, porque me gustan las palmeras […] Con mis nietos y una úlcera
fui hasta allá […] Recuerdo que había una placa que decía CEFERESO Número
2 y me preguntaban qué significaba. Yo sólo les respondía: Universidad
Autónoma de Guadalajara.”
La mujer solicitó ocultar su
identidad para evitar represalias. Pronto tendremos la segunda parte con una
entrevista con su hijo.
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