Eligio Moisés Coronado
La reina de Inglaterra y el Príncipe Felipe
estuvieron en Baja California Sur del martes 22 al jueves 24 de febrero de
1983; fueron sus anfitriones el entonces gobernador Alberto Alvarado Arámburo,
su esposa María Teresa Soto y el republicano pueblo de Sudcalifornia, que de
manera muy democrática tuvo oportunidad de ver y saludar multitudinariamente,
al menos una vez, a representantes tan prominentes de la nobleza británica.
Antes de su llegada al puerto de La Paz en el
yate real “Britannia”, los visitantes habían estado en Acapulco (Guerrero),
Lázaro Cárdenas (Michoacán) y Puerto Vallarta (Jalisco), atendidos por el
presidente Miguel de la Madrid y la señora Paloma Cordero, los respectivos
gobernadores así como sus comitivas y familiares.
Los distinguidos huéspedes arribaron al muelle fiscal
de la capital del Estado a las 10:30 horas del día 22, y en una lancha del “Britannia”
se trasladaron al muelle de turismo donde los esperaban el gobernador, su
esposa y la comitiva oficial; luego de las salutaciones protocolarias develó la
reina una placa conmemorativa de este acontecimiento y todos subieron a los
autobuses que los condujeron a Catedral, donde los soberanos recibieron la bienvenida de la población ahí congregada.
Curioso caso de la gobernadora suprema de la iglesia de
Inglaterra (Anglicana, desde 1534 por el cisma que provocó su antecesor Enrique
VIII), recorriendo un templo católico, lo cual confirma que todo es posible en
La Paz.
De ahí a la residencia de El Caimancito (cuando era
orgullo de los paceños), donde este cronista efectuó la descripción de algunas
maquetas con muestras (a escala, obviamente) de la arquitectura misional californiana.
Ahora cabe preguntarse a dónde irían a parar esas obras que tanto impresionaban
a las visitas de la Casa de Gobierno que dirigía con gran celo don Alejandro D.
Martínez. Desde 1999 se ignora dónde están muchas cosas del patrimonio de los Sudcalifornianos
que se custodiaban en los espacios oficiales.
Del corredor de la Casa de Trabajo se pasó a una
comida privada. Para regocijo de quienes gustan de estos detalles, diremos que
el menú consistió en crema San Germán (chícharos, papas y mantequilla), filete
Guaycura (de pescado), dulce regional (guayabate y queso, naturalmente), café y
vino blanco Calafia. Ahí
el gobernador entregó a doña Elizabeth una reproducción del escudo real
elaborado en concha por el prestigioso artesano esteriteño Vicente Moreno,
“Cachente”, que la reina agradeció y acordó instalar en sitio especial de su
embarcación, que los dignatarios abordaron enseguida para dirigirse a la bahía
Ojo de Liebre, a donde llegaron el día siguiente; avistaron la ballena gris y
se despidieron.
Una visita inusual que se halla inscrita desde
entonces en la memoria histórica de Sudcalifornia y México, ya hace 30 años este 2013.
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