jueves, 6 de septiembre de 2012

La pobreza de la colonia Lagunitas en el municipio de La Paz



Gabriel Meza

Yani es una niña que apenas alcanza los dos años de edad. Tiene unos ojos grandes y negros, sin ningún rastro de malicia. Camina descalza en tierra de omisión y carencia; ajeno a la gente que vive en la ciudad. El programa ícono del gobierno del estado: Valor Sudcaliforniano, y La Política Diferente del gobierno municipal, no aparecen por ningún lado... Es la colonia Lagunitas.

En la zona se encuentra algo parecido a una escuela. Es un recinto sin ventanas, sin techos, y adornada con neumáticos de automóvil. Hoy luce mejor gracias a personas preocupadas y desinteresadas que intentan levantar el lugar. El gobierno, mientras tanto, celebra sus triunfos y una “inversión histórica” en educación. Pero a este lugar, por lo pronto, lo único que llega es un calor infernal; un infierno que no merece la gente humilde.

El Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE) clasificó este lugar como comunidad rural; y es así como la Secretaría de Educación Pública (SEP) se lava las manos respecto a este asentamiento afectado por mera burocracia.

Yazbel, maestra de estos niños, cuenta la forma en que los padres de familia colocaron el techo del salón en el que hoy los alumnos toman clases de primero hasta quinto de primaria. “Yo pinté la pared, puse la puerta y colocó la bandera”, enuncia. “Antes estaba grafiteada, por dentro y por fuera.”

Sin puertas y sin vigilancia, en algún momento el recinto fue ideal para una pareja de drogadictos se instalará allí. Más tarde, la escuela fue cercada con llantas para evitar que los automóviles —otro de los problemas— ingresaran al patio. Este lugar, ubicado a unos minutos de la colonia Márquez de León, aún no cuenta con energía eléctrica.

Hasta ahora, las mejoras al edificio han sido: rejas, pintura, puertas y un baño decente (justo alado del aula). Adecam, una empresa contactada por Manuel Mendivil realizó algunas adecuaciones, pero aún falta mucho.

Como si se tratara del escenario más bello del planeta tierra, los niños juegan en el terreno lleno de excremento de animales. Annel, con apenas seis años de edad, sonríe tímidamente. Curiosa se acerca y observa.

—Te gusta venir a la escuela —le pregunté.
— ¡Sí! —me responde, y baja su mirada hacia un ábaco en su mano.

Su familia es de Sinaloa. Su papá ayudó a colocar el piso que hace unos meses no existía.

El pizarrón es testigo mudo de la pobreza que adorna a la progresista ciudad de La Paz, un ejemplo de la que predomina en algunas partes de Baja California Sur. Esta es otra historia que pocos cuentan… Quizá, no desean saber.

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