domingo, 25 de noviembre de 2012

Una madre llora por la libertad de su hijo del CERESO de San José



Gabriel Meza

Doña María ya no tiene lágrimas para su hijo. Ha llorado tanto en la última década añorando su regreso que se quedó sin ellas. La esperanza, en ocasiones, se convierte en el peor enemigo. Nada le gustaría más que volver a sentir un fuerte abrazo de Erick, aquel joven de 20 años, forjado en adulto en los Centros de Readaptación Social (CERESO) de la entidad.

El  olor a carne asada se mezcla con la melancolía de esta mujer. Su retoño tomó algunas decisiones equivocadas durante su juventud: asalto a mano armada a un banco y la muerte accidental de una persona al colisionar su vehículo. El 19 de diciembre del 2000 fue cuando la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) emitió la orden de aprehensión, iniciando el viacrucis de una madre.

A ella no le importa su culpabilidad. Ya cumplió y deben liberarlo. Lleva 11 años encarcelado, desea verlo una vez más, antes de que la vida se le acabe. Su edad es avanzada. Ya no tiene familia cerca. Su única preocupación para continuar en La Paz es Erick. Los otros hijos se han ido, sólo doña María y su esposo se han quedado. Prefieren esperar. Hace nueve meses debió salir pero aún no se  ha firmado la orden, a pesar de la existencia de un resolutivo federal.

El anhelo se extendió por un periodo más. Teme que se alargue más de lo necesario. Trata de encontrar paciencia en la Virgen de Guadalupe. La vieja taquería donde ha trabajado por 30 años es donde Erick creció y no entiende cómo terminó donde está. “Ya pagó su culpa, acá hace más falta, el es trabajador, no va a volver a suceder, ya sería mucho, sería el colmo”, me dijo.

El joven, después de haber escapado del CERESO de La Paz, fue capturado y enviado al Centro Federal de Readaptación Social (CEFERESO) número 2, Puente Grande. Hasta allá peregrinó con cinco de sus nietos para verlo, tan sólo por unos minutos. El vendaval de emociones floreció en sus ojos tras evocar esa imagen. Un nudo en la garganta detuvo su charla. Luego apuntó hacia una pintura sobre una pared:

“Ese cuadro me lo hizo en Puente Grande, porque me gustan las palmeras […] Con mis nietos y una úlcera fui hasta allá […] Recuerdo que había una placa que decía CEFERESO Número 2  y me preguntaban qué significaba. Yo sólo les respondía: Universidad Autónoma de Guadalajara.”

La mujer solicitó ocultar su identidad para evitar represalias. Pronto tendremos la segunda parte con una entrevista con su hijo.

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